sábado, 11 de junio de 2016

LA MONARQUÍA RESIDUAL (comentario)

Nota periodística de opinión escrita como post de Facebook (21/05/2016). Versa sobre las dificultades de los pueblos latinoamericanos para incorporar una ideología republicana que pueda vencer la inercia de su pasado colonial.
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 Dos siglos y un cuarto transcurrieron desde que el Mundo Occidental tomó la decisión de deponer el hecho monárquico como modalidad formal de gobierno. Rápidamente la idea fue captada, bienvenida y ejecutada mediante un altísimo costo en sangre, pero ampliamente justificado, sobre todo en estas tierras americanas aplastadas por brutales imperialismos, donde la mención de la palabra ‘rey’ lo menos que producía era urticaria.
 Rápidamente también fue instalada la noción de República y rápidamente se produjo su desarrollo técnico y operacional y su difusión mundial: tanto fue el furor que se llamó república a cualquier cosa, incluso a regímenes tiránicos y aún monárquicos remanentes. O sea, el hecho político se concretó como un aluvión. Lo que hay que preguntarse en cuánto tarda un hecho político en acomodarse en la psiquis de la gente, en abrirse un lugar en la mentalidad de los pueblos, en pasar a operar concretamente en la conciencia colectiva.
 Porque lo que parece haber por estos lares es una distancia abismal entre el hecho concreto, físico, y el hecho conceptual, psicológico: de hecho a hecho, parece haber un largo, larguísimo trecho.

 Estos pueblos salvajemente conquistados, denigrados por la colonización, desangrados por los imperios encabezados por reyes cuyo único rasgo visible era la extrema y despiadada codicia, se supone que luego de ser liberados, debían odiar y rechazar de plano todo lo que un rey representa. Sin embargo, la experiencia recurrente demuestra que no es así, que el patrón monárquico sigue vigente en las mentes y latente en los corazones, y que el sometimiento directo a la voluntad y la personalidad de alguien que gobierna sigue despertando pasión y adoración.
 Es como una especie de síndrome de Estocolmo: una gran porción de estos pueblos sigue enamorada de quien lo amedrenta para reducirlo a servidumbre; o al menos deslumbrada hasta un punto de no alcanzar a advertir esa reducción a servidumbre y pensar sin grandes dudas que las cosas están bien, están normales, están como corresponde que estén.
 Y en cierto sentido, esto es así. Desde una mentalidad con alto grado de clisés monárquicos, o que con un criterio más científico se define como totalitaria, el gobierno tiene que ser algo muy personalizado, el gobernante tiene que ser alguien con temperamento muy fuerte y muy carismático, y el pueblo tiene que dedicarse a rendir culto a esa personalidad. No se concibe en esa función a gente racionalista, que no sea narcisista, que no imponga su imagen y su discurso todo el tiempo en todos los ámbitos, que no esté onmipresente, que respete instancias superiores a sí mismo como podrían ser la ley o el sistema institucional, que reconozca y conviva con otras ideas, otros estilos, otros países y otros órdenes políticos, que no ofrezca periódicas demostraciones de fuerza, y sobre todo, que no sea capaz de despertar en cada palabra, en cada gesto, minuto a minuto, pasión y amor, porque en las sociedades totalitarias los líderes políticos esperan y exigen amor y el pueblo se lo debe prodigar. Al rey hay que amarlo: si es bueno mejor, y si es malo, también.

 Tampoco es concebible en una conciencia colectiva de raigambre monárquica, que el rey robe. En una monarquía, el sentido de los fondos públicos es otro, no es el mismo que en la república: el rey no es un servidor público empleado, el rey es el dueño. Y es el dueño de todo: de las tierras, de la gente, de las instituciones, de la fuerza pública, de los negocios y de todo el dinero que el reino pueda generar y que no constituye otra cosa que su tesoro personal. Después él verá de qué manera lo distribuye o emplea en relación a su pueblo, pero haga lo que hiciere, es su plata. Y encima, es su derecho e incluso su obligación, aumentarla a como le diere lugar siendo ello la riqueza del reino, o de la nación. Si la aumenta conquistando bienes extranjeros está bien, y si lo hace tomando bienes domésticos, también está bien.
 La fortuna del reino es la fortuna del rey. Y la fortuna del rey es la fortuna de la familia real, que en definitiva heredará el reino y todos sus bienes. Y siendo los mecanismos de sucesión gubernamental netamente vitalicios y dinásticos, no existe problema alguno en la cantidad de años que un rey o una reina pueden quedarse en el trono, como tampoco en que designe para todos los cargos públicos a familiares y amigos sin que importe su idoneidad; o que si tiene un hijo bobo igual lo haga su sucesor.
 El monarca forma su gobierno en base a lazos de confianza y necesita hacerlo así porque no va a admitir que su autoridad pase por muchos cuestionamientos y porque tiene que mantener un permanente ocultamiento de sus manejos políticos y financieros, acerca de los cuales debe desinformar, mentir. Por ejemplo los jueces del reino son para los conflictos de la plebe, pero no juzgan al rey y a los suyos; a éstos sólo los mantienen a cubierto de cualquier reclamo y les piden consejo cuando les llega algún asunto que pueda comprometerlos. Las reinas y los reyes gobiernan por su antojo y tienen que rodearse de incondicionales dispuestos a todo por el reino y sus arcas, a quienes se compensa con participación en el poder y las ganancias pero principalmente, con los fueros y privilegios que confiere su estado áulico, es decir la pertenencia a una corte que será amada y temida casi como a ellos mismos y durante todo el tiempo que dure el reinado.

 Dos siglos han pasado y es mucho tiempo para que una sociedad incorpore un cambio político; pero por acá la monarquía sigue viva e intacta como antes. Quizás entonces no haya sido tan mala, o quizás no haya sido tan acertado derribarla. Al menos en estas tierras, donde quizás habría que restaurarla: así podríamos vivir más tranquilos, sin tanta discusión, sin tanta corrupción, sin tantos cortesanos disfrazados y sin tantas grietas.
 Sin duda sería una mejor vida que esta de estar sufriendo década tras década por generar una república que nunca se terminará de entender y mucho menos consolidar.

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